Francisco participa con los indígenas en la peregrinación al Lago Santa Ana, donde celebra la Liturgia de la Palabra. En este lugar considerado sagrado, el Pontífice pide la sanación del pasado signado por los “terribles efectos de la colonización”.
Se presenta como «un peregrino», Francisco, a orillas del lago Santa Ana, lo que los Sioux Nakota llaman Wakamne, ‘Lago de Dios’, y los Cree, ‘Lago del Espíritu’. En estas aguas sagradas y turbias, desde hace siglos destino de las peregrinaciones de los pueblos indígenas de Canadá que se bañan allí para invocar la curación de la madre de María, incluso el Papa, que ha venido a celebrar una Liturgia de la Palabra, implora la curación de Dios.
La curación de la memoria, de un pasado marcado por los «terribles efectos de la colonización» y el «dolor imborrable de tantas familias, abuelos y niños». La curación de un presente que ve a los ancianos en riesgo de soledad y abandono, «pacientes incómodos» a los que, en lugar de afecto, «se les administra la muerte», jóvenes anestesiados por el entretenimiento y los teléfonos móviles.