Un tipo, llamado Anderson de la Ceiba, apellidado Honduras, Planeta y Mas allá

Hablando con Max Urso, me dio el contacto de Manuel Ardón Morera, dueño de Jaulares Producciones. Costarricense, productor de eventos, conciertos y booking.

Jaulares Producciones, como se lee en su página Youtube, «es el resultado de mas de 18 años de experiencia y trabajo continuo en Centroamérica , organizando actividades recreativas en el que destacan los eventos masivos. Durante todos estos años nos hemos dedicado a la producción de conciertos nacionales e internacionales, Festivales, así como también a la producción de eventos muy puntuales para relanzamiento de marcas. En este año 2012, la Compañía se consolida en la producción de dichos espectáculos y se plantea crecer como agencia de booking independiente, colaborando de esta manera con grandes artistas emergentes».

Hablando luego con Manuel le pedí una anécdota sobre nuestro amigo Guillermo Anderson, y me mandó este texto con el título que le puse a mi artículo hoy…. me encantó. Gracias Manuel.

Como escribió Manuel: Un tipo, llamado Anderson de la Ceiba, apellidado Honduras, Planeta y Mas allá

«Lo conocí en el 99 , en un barcito Tegucigalpeño llamado, Q, Barro, ahí lo escuche por primera vez, me lo presentó el poeta aullador Jorge Alberto Laínez, este muchacho tenía 16 años, conocía a Guillermo desde los 8 y quería cantar o componer igual que él, por cosas del destino conversó en ese momento con Renato Monzón, mi escudero de siempre el resuelve técnico, el resuelve sistemas, mi mano izquierda y derecha, bueno lo cierto del caso es que Renato me presentó a Laínez, un chico que apenas ameritaba sus primeros alcoholes ese día, pero con una ilusión y aciertos de banderas musicales centro e iberoamericanas en su habla. Para ese tiempo Renato y yo estábamos produciendo la primera gira centroamericana con Pablo Milanés, gira muy exitosa debo decir, y al oír cantar a Guillermo en ese bar hubo una necesidad de hacerme una crítica constructiva, la noche del evento con Pablo, Guillermo debió abrir el concierto, debió cantar en la apertura, probablemente el empresario que contrató el show ni lo conocía, pero al escucharlo en ese Bar, una casona vieja y descampada en medio de los ojos visores de una ciudad cercada por cerros y tugurios, la que duerme mientras busca engañada su identidad bajo el manto de sus nudos asfálticos con la mirada erguida de la Virgen de Suyapa. Otras ciudades, como se dice en Honduras, San Pedro Sula trabaja, mientras  la Ceiba lo disfruta, ese nuestro atlántico feroz inclemente de ilusiones y sueños, el quijotesco emblema de Guillermo, para ser y aparecer en la vida, esas arenas turbias, semilleros de sueños, esos oleajes llanos, cabalgarles de marineros, barcazas grandes o pequeñas, noches taciturnamente bellas impostergables, fecundadoras por siempre de esa risa en sus oleaje, esa clara espuma de boca, como ola rompiendo, fulgor de nacimiento, como sigilo de río, o riachuelo cauteloso bajo la sombra de inmensos verdes,  mar sereno y ancho».

«Fue hasta agosto del 2005, que lograríamos llegar a la Ceiba, era una obligación casi honrosa, el poder visitar esta bella tierra y junto a un guía tan particular, Guillermo en Ceiba es un «Dios» digo es porque la estatura de un hombre ejemplar nunca muere, creo que en la Ceiba al igual que en Buenos Aires con relación a Maradona deberían construir la «Iglesia Andersoniana»en honor a Guillermo y sus fragatas literarias convertidos en en versos y canciones, pulmón de selva y playa centroamericana, bastión de energía literaria en soles y estrújales mayores, en lunas y eternos celajes por vivir».

«A lo que iba, cuando sacudo sentimientos con memoria, suelo desviarme».

«Lo cierto del caso es que después del concierto de despedida de la Ley, nos quedaba un tiempo libre, y ni modo a conquistar la Ceiba, ese Atlántico despierto, que ilumina y del cual nos hablaba Guillermo, ese trayecto de San Pedro Sula es bastante largo y por lo tanto como extranjeros cada tanto, preguntábamos sobre la distancia o kilómetros, fue muy folclórico recibir de los lugareños la siguiente reseña, a la pregunta, cuantos kilómetros nos faltan para llegar a la Ceiba, las respuestas eran ahí, como 2 horas y así continuamente, rebuscando rótulos u orientación, las respuestas acontecieron de la misma forma o manera, los kilómetros se medían en horas, es ahí adonde formulé la pregunta diferente y dije cuántas horas faltan para llegar a la Ceiba y el lugareño me responde, La Ceiba está como a 20 kilómetros, si García Márquez existiera de seguro le hubiera encantado buscar musas en la Ceiba».

«Bueno lo cierto del caso es que llegamos a La Ceiba, Renato Monzón, Alejandro mi cuñado, el mae más arrecho y honrado para hacer puertas y yo».

«Guillermo nos recibe, nos invita a comer a un restaurante playero, no me acuerdo del nombre, pero comimos rico, tomábamos unos tragos de Chivas Regal, le obsequié una caja de habanos cohíba que le había comprado a Mayra Caridad Valdez y guardaba con mucho cariño. Posterior a la comida Guillermo nos invita a un bar muy particular, como especial es su nombre, espero que aun exista, la experiencia fue maravillosa el bar se llamaba, «El Sol Nace para todos». Ahí probamos por primera vez el Giffiti, licor caribeño hecho con alcohol y hierbas aromáticas entre ellas la mariguana, lo tomamos estray, así nos aconsejaron, yo termine bailando con una negra gorda bellísima persona, ella era quien organizaba la casa de Guillermo, su colaboradora doméstica, la pasamos muy bien, era un bar garífuna o de negros, adonde solo podían entrar los negros e invitados de Guillermo».

«Al día siguiente, la cruda o la goma, Monzón estaba caído, Alejandro Pleno y vigoroso, yo, más o menos, habíamos acordado alguna hora y estuvimos puntuales, Guillermo llega y hace la siguiente pregunta. Ok ¿Qué quieren, conocer las islas o una a aldea garífuna? yo me adelante y dije,, por supuesto la aldea garífuna. Era esa necesidad de reconocernos en identidad centroamericana así como conocer las motivaciones de las canciones de Guillermo, es así como nos encaminamos a Zambo Creak».

«Guillermo nos endosa una guía negra azabache llamada Noemí García, Ella se enamoró de Alejandro mi cuñado a primera vista, Alejandro cuasi un nórdico blanco es decir los contrarios se atraen. Ella muy gentil tras caminar algunos metros en la arena, nos conduce a un sitio donde fabricaban los tambores caribeños, como decir algunos bata cubanos, en medio de la fabricación. Niños bailando al ritmo, e igualmente conversación sobre comidas, todavía lo debo a doña Cielo una tormenta de libros culinarios que prometí. La Guía Noemí, nos condujo hasta un restaurante, donde Renato se tomó su mejor cerveza michelada, Alejandro entendió que era amado y yo pude saber porque Guillermo escribía lo que escribía y porque su voz sonoreaba  a playa, sol y selva a raudales. En buena hora, tuve el lujo de conocerle, amigo interminable, precursor  de celajes de vida impostergables»-

Manuel Ardón Morera

Gracias Manuel, preciosa Anécdota.

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