Acaba de terminar el Encuentro sobre la Protección de menores en la Iglesia, fue del 21 al 24 de febrero, cuatro días intensos. En primer lugar, porque como se recomendó, para entender esta lacra hay que escuchar, y escuchar y escuchar y después de escuchar uno, dos, o más testimonios, de víctimas de abusos sexuales por religiosos, te enteras, de su dolor. Muchos de ellos, eran niños, monaguillos, confiados, su familia confiada también, al cura de esa parroquia, que les dijo tal vez, «no hay problema, su hijo es bien aceptado en esta escuela»; «No hay problema, su hijo podrá ayudarme como monaguillo es un orgullo para mí».
Y así ese chiquillo, o esa niña, que aún juega con sus muñecas, o el niño con sus carritos, o su lego, hacen una pausa el domingo para ayudar al sacerdote, en la misa, como monaguillos. Pero un día, ese sacerdote, les da un tratamiento «preferencial», los convierte en «especiales». Muchos incluso, tal vez son niños difíciles, vulnerables, no sólo porque son niños, muchas veces porque son niños que vienen de una familia destruida, o pertenecen a una minoría racial…. no importa, son siempre vulnerables.
Y así después de ganarse su confianza, una confianza profunda, que tiene raíces religiosas, raíces cristianas, una confianza espiritual, porque ese chico viene de una familia activamente católica, y él quiere participar activamente en su Iglesia, tal vez ser algún día sacerodote o religiosa, o un padre de familia. No importa, se habla de traición a tus sentimientos, a tu fe, a tu dignidad. Al confiar plenamente en su pastor, en su guía espiritual, es sobre esa confianza obtenida es que el victimario, el abusador, se aprovecha. Un regalo un día, una caricia otro día. Luego una mano, su mano grande, bien cuidada, busca la intimidad de ese niño, entra entre sus piernas, viola su inocencia, su dignidad, su paz, su fe.
Pero el mal no termina allí, muchos, de ellos cargaron un silencio monstruoso, que duró años, para ellos, milenios. Porque no se atrevían a «traicionar» a ese líder espiritual tan conocido por todos, y además cuando quiso denunciar lo ocurrido, algo dentro de sí mismo le gritaba era tu culpa, fue tu culpa. Llegar a pensar incluso que «lo había seducido», como puede un niño o una niña «seducir» a alguien y proponérsele… si hasta un momento anterior, todavía jugaba con sus muñecas o construía edificio con su lego.
«Detrás de esto está Satanás.» Francisco añade esta frase al discurso final de la reunión para la protección de los menores. Al final de la Misa en la Sala Regia, aún con los ornamentos litúrgicos puestos, el Papa habló de manera valiente y realista de este fenómeno vergonzoso. «En estos casos dolorosos -dijo- veo la mano del mal que ni siquiera perdona la inocencia de los pequeños. Y eso me lleva a pensar en el ejemplo de Herodes que, impulsado por el miedo a perder su poder, ordenó la masacre de todos los niños de Belén». Ya en el pasado, durante una conversación con periodistas en el avión, Francisco había comparado el abuso con «una misa negra». Así que «detrás de esto está Satanás», la mano del mal. Reconocerlo no significa olvidar todas las explicaciones, ni disminuir las responsabilidades personales de los individuos y grupos de la institución. Significa colocarlos en un contexto más profundo.
El grito silencioso de los maltratados, el drama irremediable de sus vidas destruidas por los consagrados transformados en orcos corruptos e insensibles, resonó estruendosamente en la sala del Sínodo. Perforó los corazones de los obispos y de los superiores religiosos. Eliminó las justificaciones, los alambiques legales, la frialdad de las discusiones técnicas, la búsqueda de refugio en las estadísticas. La gravedad absoluta del fenómeno se ha convertido en la conciencia de la Iglesia universal como nunca antes había ocurrido.
El Papa reafirmó con claridad: si en la Iglesia se descubre incluso un solo caso de abuso —que representa ya en sí mismo una monstruosidad—, ese caso será afrontado con la mayor seriedad. De hecho, en la justificada rabia de la gente, la Iglesia ve el reflejo de Dios, traicionado y abofeteado por estos consagrados deshonestos. El eco de este grito silencioso de los pequeños, que en vez de encontrar en ellos paternidad y guías espirituales han encontrado a sus verdugos, hará temblar los corazones anestesiados por la hipocresía y por el poder. Nosotros tenemos el deber de escuchar atentamente este sofocado grito silencioso.
«No se puede, por tanto, comprender el fenómeno de los abusos sexuales a menores sin tomar en consideración el poder, en cuanto estos abusos son siempre la consecuencia del abuso de poder, aprovechando una posición de inferioridad del indefenso abusado que permite la manipulación de su conciencia y de su fragilidad psicológica y física. El abuso de poder está presente en otras formas de abuso de las que son víctimas casi 85 millones de niños, olvidados por todos: los niños soldado, los menores prostituidos, los niños malnutridos, los niños secuestrados y frecuentemente víctimas del monstruoso comercio de órganos humanos, o también transformados en esclavos, los niños víctimas de la guerra, los niños refugiados, los niños abortados y así sucesivamente».
Ante tanta crueldad, ante todo este sacrificio idolátrico de niños al dios del poder, del dinero, del orgullo, de la soberbia, no bastan meras explicaciones empíricas; estas no son capaces de hacernos comprender la amplitud y la profundidad del drama.
En su discurso de clausura, Francisco quiso dar las gracias a los numerosos sacerdotes y religiosos que dedican su tiempo a proclamar el Evangelio, a educar y proteger a los pequeños e indefensos, entregando su vida en el seguimiento de Jesús. Mirar el abismo del mal en la cara no puede hacernos olvidar el bien, no por tomas inútiles de orgullo, sino porque necesitamos saber dónde mirar y a quién seguir como ejemplo.
Pero el encuentro en el Vaticano no fue sólo un puñetazo en el estómago que hizo a los participantes más conscientes de la acción devastadora del mal y del pecado y, por lo tanto, de la necesidad de pedir perdón invocando la ayuda de la gracia divina. La cumbre también da fe de la firme voluntad de dar contenido a partir de los próximos días, con opciones operativas eficaces. Porque la conciencia de la gravedad del pecado, y la constante llamada al Cielo a implorar la ayuda que caracterizó el encuentro en el Vaticano, van de la mano de un renovado y operativo compromiso, para asegurar que los ambientes eclesiales sean cada vez más seguros para los menores y los adultos vulnerables. Con la esperanza de que este compromiso se extienda también a todos los demás sectores de nuestras sociedades.