Una Semana Santa intensa, donde una vez más se pudo ver al Santo Padre y escucharle su preocupación por las injusticias que se viven en el mundo.
«Que la Virgen nos ayude a creer e interceda, en especial, por las comunidades cristianas perseguidas y oprimidas, que en tantas partes del mundo, están llamadas a un testimonio más difícil y valiente, fue el ruego del Papa Francisco, reiterando que también nosotros – hoy – estamos invitados a anunciar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo que ‘¡Cristo ha resucitado, aleluya!’.
El Obispo de Roma señaló que seremos hombres y mujeres de resurrección, si, «en medio de las vicisitudes que atormentan al mundo, a la mundanidad que nos aleja de Dios, sabremos brindar gestos de solidaridad y de acogida, alimentar el anhelo universal de la paz y la aspiración de un ambiente libre de degradación».
En un mundo donde hay quien sufre la soledad y la marginación, o algunos son víctimas de trabajos inhumanos, tráficos ilícitos, explotación y discriminación o graves dependencias, Francisco nos dijo que el Pastor Resucitado lleva también sobre sus hombros a los niños y a los adolescentes explotados y a “quien tiene el corazón herido por las violencias que padece dentro de los muros de su propia casa” – afirmó el Papa – y se transforma en “compañero de camino” de emigrantes forzados, que han dejado sus tierras a causa de conflictos armados, terrorismo o carestías”.
Francisco dirigió un pensamiento especial a las poblaciones de Siria, Sudán del Sur, Somalia, República Democrática del Congo, Ucrania que sufren conflictos sin fin y deseó paz para todo el Oriente Medio, en especial para Tierra Santa, Irak y Yemen. Sin olvidar a América Latina, marcada por tensiones políticas y sociales, para que Jesús Resucitado “sostenga los esfuerzos de quienes se comprometen por el bien común”. Que Jesús Resucitado, pidió también el Santo Padre, “done a los representantes de las Naciones el valor de evitar que se propaguen los conflictos y se acabe con el tráfico de armas”. Finalmente, el corazón del Papa fue al continente europeo deseando que el Señor Resucitado dé esperanza a quien sufre la falta de trabajo, en particular a los jóvenes.
Pero también pensó en nuestros problemas cotidianos, en las enfermedades que cada uno de nosotros hemos vivido». En ocasiones “la fe en Jesús se puede venir abajo” aseguró el Obispo de Roma, por eso la Iglesia “no deja de decir a nuestros fracasos, a nuestros corazones cerrados, temerosos… ¡detente!, el Señor ha resucitado».
El Sábado Santo durante la Vigilia Pascual, y basando su reflexión en el pasaje de Mateo que relata la visita de dos mujeres, María Magdalena y la otra María, al sepulcro de Jesús, el Pontífice instó a encontrar en sus rostros, llenos de dolor pero incapaces de resignarse, los rostros de madres, abuelas, niños y jóvenes que “resisten el peso y el dolor de tanta injusticia humana”.
En ellas, vemos reflejados los rostros de aquellos que “sienten el dolor de la miseria, de la explotación y la trata”, señaló el Santo Padre; de quienes sufren “el desprecio por ser inmigrantes, la soledad o el “abandono por tener las manos demasiado arrugadas”. El dolor de madres que lloran por la vida de sus hijos “sepultada por la corrupción”, bajo el egoísmo cotidiano que quita derechos o “la burocracia paralizante y estéril que no permite que las cosas cambien”.